La saragata

27 MAR

Vidas grabadas

Por Esther Riba Puértolas
Vidas grabadas

«Los motivos, como tantos otros detalles, se pierden en la música de los tiempos»

 

También yo lo grabé cuando nos dijeron que ya no. Pero no era un «Ya no» como el de Idea Vilariño, sino que era un ya no va a vivir más. Mi padre fue diagnosticado de un cáncer de páncreas fulminante y mi primer pensamiento fue retener su voz. Era ya entonces, una vez hospitalizado, una voz débil, delirante, medio ausente. Pero pensé en la importancia del registro sonoro, de ese tono que en parte es el mío —o eso me gusta creer— y que sabiendo que iba a desaparecer creí que debía amarrar como fuera.

 

La lectura de «Vida de Horacio» de Mercedes Halfon en la editorial Las afueras, ha sido una nueva historia para retener la mía, para revivirla de nuevo. Esa herencia que una necesita recopilar para saber de dónde viene, quién es y en quién se ha convertido.

 

Ella también lo grabó y así empieza relatándonos la historia de su padre. Mediante las grabaciones, la voz del propio Horacio, sabemos que era docente y padre tardío de su última hija. Esas conversaciones a solas, además de registrar recuerdos familiares, también sirven para ilustrarnos la historia argentina de las últimas décadas. La necesidad de su padre de explicarle los años de militancia y cómo esta influyó en sus decisiones y en su manera de vivir.

 

Desde el instante en que yo le di al «play» se sucedieron los interrogantes y los descubrimientos. Era mi última oportunidad de saber. Pregunté sin cesar acerca de la familia, de sus recuerdos, sus secretos, lo que nunca habíamos sido capaces de decirnos. Halfon se cuestiona también por qué lo hizo: «Me pregunto si lo que quiero saber de mi padre, los hechos sobre los que insisto, no tienen que ver con este origen. Aunque sean hechos tristes o dolorosos, o al revés, banales, sin importancia. Esos momentos en que se formaron su mirada, su letra y su voz». Con total certeza me digo, que al igual que ella, cada detalle que él me relataba era justamente lo que quería que yo supiera. De esa manera Horacio reconstruye así la vida de su hija, la que graba, la que escribe, la que transcribe. Ese conjunto de detalles le hace darse cuenta de su verdadera relación, por la que ha pasado de puntillas. Porque cuando una vive no se para a identificar las relaciones o las maneras de proceder de ninguno alrededor, vive nada más.

 

«No hubo tango, no hubo vals, pero sí hubo lentas caminatas, nosotros demorados, unos pasos atrás de las mujeres que indicaban el camino. Mi padre y yo deteniéndonos cada tanto a respirar, a mirar las ciudades de manera oblicua. Reírnos de alguna pavada, algún turista demasiado evidente. Es ese ritmo suyo el mismo que manejo hasta hoy». No hubo tango, pero hubo todo lo demás. Asociar la memoria tras la voz grabada del padre. Eso es lo que he pensado al leerla, eso es lo que me ocurrió también a mí. De esa totalidad de horas de grabación también surgieron listas de las cosas que no hicimos. Ausencias que nos han hecho también cómo y quienes somos. Esa lista de pendientes también nos define a ambos. Las prioridades que sí tuvimos o todo aquello que no creímos necesitar. No solo nos componen los sonidos, también lo hacen los silencios.

 

Cuando empecé a leer esta historia recordé por qué le di el valor a grabar a mi padre. Por qué había otorgado tanta importancia a la voz. «Me quedo pensando en lo que se guarda y lo que se tira, en la disputa entre pragmatismo y melancolía, entre la voluntad de hacer lugar a lo nuevo y la economía de los recursos. En la entidad de esos objetos que conservamos “de recuerdo”. Pienso en la corbata que mi padre llevó puesta a Ezeiza para recibir a Perón y que todavía está en algún lugar de su habitación. Leí hace poco que alguien decía que guardáramos los mensajes de audio, que de esta época no van a quedar grabaciones, que lo hay son fotos digitales y que se van a perder. En sucesivos cambios de computadora, en celulares extraviados, que de todos modos esas imágenes se desvanecen en la abundancia, que les falta materia para constituirse en recuerdos. Pero que las voces, bueno, que en las voces pasa otra cosa». Y ahí es donde una para y dice: sí, en las voces pasa otra cosa. Eres capaz de reconocer la nostalgia, de crear recuerdos nuevos mediante momentos que no tenías presentes, de valorar aquello sobre lo que impone énfasis ese sonido tan reconocible, nunca antes grabado. Que las imágenes se diluyen entre las otras 30 000 que se acumulan en el teléfono. Que se almacenan y nunca se recopilan, no se guardan, son unas de tantas. Que la voz es lo primero que se pierde. La voz no resuena, no regresa. No existe un eco que los traiga de nuevo con el mismo sonido. No nos devuelve su entonación, su ritmo, su acento. Por eso, en las voces pasa otra cosa.

 

La lectura de «Vida de Horacio» desgrana su memoria y la de la propia lectora. Imaginamos ahora los antiguos carteles que su padre reutilizaba para hacer publicidad de su instituto. Esa labor que su hija observaba impresionada y que comprendió con el tiempo. Recopilemos ahora esos carteles antiguos, dejemos alguno en blanco por si nos hace falta seguir escribiendo. Por si en algún momento, lejos ya de aquí, deseamos continuar dejando constancia de sus vidas. «Y hay más. Seguro que hay más. Voy a dejar esta página abierta, así sigo agregando palabras cuando me acuerde». Dejemos páginas en blanco, carteles sin pintar, notas por grabar… porque las voces son otra cosa y siempre tendremos recuerdos que recuperar.

 

 

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