Nos han educado, niñas-jóvenes-mujeres, en la tradición del silencio, de la casa, de la prudencia, del encorsetado (por algo será que vamos aprisionadas dentro de un sujetador que es más una mordaza que un sujeta nada). Nos han repetido hasta la saciedad que estamos más guapas calladitas, que tendremos menos problemas, que nada nos sucederá en la luz (penumbra) del hogar.
Pero el feminismo (no el “falso feminismo”) y nuestra razón nos han dicho al oído, como aquellas palabras de Audre Lorde a las que recurre a menudo Paula Bonet, que nuestro silencio no nos protegerá. Las últimas semanas, el caso de Jenni Hermoso (solo la puntita de un iceberg patriarcal al que estamos sometidas) nos ha recordado que juntas y con el ON activado es como mejor nos protegemos.
La literatura también nos ayuda a reaccionar. Nos ofrece una visión más transparente de lo que les sucede a las mujeres que nos rodean y que es también lo que nos ocurre a nosotras. Normalizamos situaciones de poder a diario que silenciamos porque el miedo nos sepulta, nos acompaña, lo llevamos cargado a los hombros. De nada sirve el osteópata, amigas. Va mucho más allá de nuestros huesos.
Pero no debemos olvidar que somos dueñas y señoras de nuestros cuerpos. Podemos hacer con ellos lo que nos plazca. Leámoslo en los libros y apliquémonos el cuento. «Que fuera como Démeter y me permitiera la carcajada, que dejara a mi coño hablar con la sabiduría con la que hablaban los labios de Baubo. Que me entregara al mundo sabiéndome dueña de él y de mi carne. Que yo solo era mía». Fragmento de «La anguila» de Paula Bonet en Anagrama. Un libro sobre el cuerpo y su respeto, el abuso de poder y la necesidad del grito y de la anguila.
De esa educación del corsé emocional y de la faja que nos esconde la culpa también trata «La educación física» de Rosario Villajos en Seix Barral. Este año he decidido leerlo en clase con el alumnado de Bachillerato y también con las lectoras del Club Saudade. Porque describe muy bien esa violencia que carga una adolescente y que luego será una losa de la futura mujer. Es un libro valiente que nos ayudará a todas las chicas polilla a quitarnos el fardo de culpas de encima.
Y hemos ido de la mujer en «La anguila» a la adolescente polilla en «La educación física» y llegamos a la niña en «Primera sangre» de María Velasco en La uña rota. El teatro también pone voces a esas teorías que nos inculcan. A esa tradición del miedo, «Qué haré con el miedo», escribía Pizarnik. Y es un buen comienzo preguntárselo y no solo vivir con él a cuestas. Esta obra, que pronto veremos sobre el escenario, narra la cultura de la falsa protección. Porque ya a Dorothy en «El mago de Oz» le decían que todo le había pasado por salir de casa. Todo nos lo buscamos, señoras. Y muchas veces es en el entorno más cercano donde está peligro. Es en casa, en el trabajo, en la escalera, en el parque, en la familia, en la clase, con los jefes, con los amigos; debemos saber identificarlo y no callar. Solo la lectura y el alzar la voz nos dirán qué hacer con el miedo.