Una serie de suicidios en un pueblo de la provincia de Mendoza llevó a Leila Guerriero a viajar hasta el fin del mundo —«Acá la Patagonia es lo último que hay. Los porteños no nos dan ni bolilla»— para escuchar y tomar notas sobre la primera y hasta la última de las muertes. «Fueron doce. Entre marzo de 1997 y el último día de 1999 se suicidaron en Las Heras doce hombres y mujeres». La elección de la crónica, me comentó uno de los participantes del club de lectura, ha sido muy arriesgada.
«Me las devolvés cuando las leas». En uno de los «tecitos» que tomábamos con la nonagenaria tía abuela de mi exmarido, originaria de la provincia de Mendoza, me deslizó un sobre de grandes dimensiones que olía a chisme. Se trataba de una serie de postales del Buenos Aires de mediados del siglo XX enviadas a su familia mendocina cuando emigró a la capital y recuperadas a la muerte de sus padres.
Guerriero entrevista a vecinos de Las Heras y a familiares de los suicidas, quienes ofrecen diversas teorías acerca de la serie de muertes. Como consecuencia por la instalación de un pozo petrolífero en la zona o debido a la existencia de una secta que dispone de una lista con los nombres de los que se van a suicidar. Con una visión desgarradora y un humor sutil, la autora se limita a transformar la realidad en excelente material literario. «Los hechos y circunstancias aquí narrados son reales, pero algunos de los nombres de las personas citadas fueron cambiados», advierte Guerriero en el paratexto.
Spoiler. Guerriero consiguió dar con la persona que había encontrado la lista de suicidas. Resultó ser el sepulturero.
«Dos semanas después de la muerte de Ricardo Barrios y un día antes de la fiesta de cumpleaños de su amiga Karina Sosa, el 9 de septiembre de 1999, se ahorcó Oscar Prado, de 27 años».
La crónica, atravesada por el viento mendocino y por referencias culturales de una época —«aquella tarde, mientras hablábamos, Internet era ciencia ficción»—, constituye la mejor llamada de atención sobre la salud mental. La lectura, pese a la dureza, gustó en el club de lectura.
Nunca devolví las postales.