La saragata

14 AGO

Mi familia es igual que la tuya

Por David Fernández
Mi familia es igual que la tuya

Existen dos tipos de personas lectoras en verano. Por un lado, los que buscan historias cortas y amenas, que sean fáciles de digerir un día de playa mientras escuchan el sonido de las olas (o de niños gritando por el paseo marítimo). Por otro lado, están los que prefieren enfrentarse a novelas más densas, con más páginas, para llenar sus días de verano con una elección más profunda que confían disfrutar. La verdad es que yo soy más de los primeros; bajo el sol abrasador y la humedad, leer algo más denso me resulta devastador. Sin embargo, estas últimas lecturas las he estado comparando con la última novela de Franzen, y quedan lejos de poder superarla.

 

Publicada y editada por Salamandra, en Encrucijadas se esboza el retrato de una familia estadounidense en la década de los 70. Lo que parece una familia idílica a ojos de los demás, la familia Hildebrandt encarna el caos que todas las familias experimentan en algún momento. Cada uno enfrenta su propio dilema, intentando avanzar en una época de cambios sociales y reestructuración. Encrucijadas es también es el nombre del grupo juvenil de una iglesia local, donde el patriarca de la familia, Russ Hildebrandt, es pastor, y sus hijos han participado activamente. Esa presencia religiosa vertebra todo el relato, ya que todos los personajes buscan en Dios, en mayor o menor medida, su aprobación y apoyo para lo que desean hacer.

 

«Perry aún no había tenido noticias de Dios; quizá las líneas estaban cortadas o quizá era solo que no había nadie al otro lado.»

 

Es la primera vez que leo algo de Franzen. Había escuchado el nombre de este autor cuando publicó Libertad, pero nunca me atreví a leerlo, hasta que llegó este libro. Dividido en dos secciones: Adviento y Pascua, Franzen logra plasmar en Encrucijadas etapas tan complicadas como el paso de la niñez hacia la adolescencia, donde aflora la rebeldía, el rencor y el odio hacia tus propios progenitores. Describe esa situación tensa de tener que lidiar con mil problemas a la vez, a cada cual más extremo: un matrimonio a punto de romperse, la Guerra de Vietnam, el tráfico de drogas o riñas amorosas.

 

«Cuando ella volvía tarde a casa los sábados por la noche, siempre veía la luz encendida por debajo de la puerta de Clem. Si llamaba, él dejaba a un lado el libro que estaba leyendo o el problema científico que intentaba resolver y escuchaba, como solo él en la familia sabía escuchar, sus estampas de la vida en Camelot.»

 

En esta novela, cada personaje es importante. Mejor dicho: cada punto de vista juega un papel crucial. Para el desarrollo de la historia, las anécdotas que se narran y las situaciones experimentadas —como una aparición de Dios— necesitan ser presentadas desde todas las perspectivas involucradas para tener toda la información posible. De ese modo, el lector desarrolla una comprensión clara de los acontecimientos y puede juzgar a todos los personajes presentes. Además, como en todas las familias, no todos sus miembros reciben la misma atención. En esta ocasión, Judson queda en un segundo plano dentro de esta extensa historia, esperando su momento —que estoy seguro Franzen le dará— en las próximas entregas de la trilogía.

 

«[…] cuando escribió para dar las gracias y no supo cómo acabar la carta (¿”recupérate pronto”?, ¿”espero que pronto te encuentres mejor”?)»

 

La familia Hildebrandt forma este árbol genealógico tan peculiar, que se teje bajo su propia liturgia y normas, así como cada familia —la suya, la tuya, la mía— lo hace. Es una historia que se completa a medida que el lector va pasando las páginas, revelando que todas las familias enfrentan, de manera intrínseca, encrucijadas difíciles de resolver.

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