Hace unos días Miguel Ángel Hernández, en la irreductible, decía aquello de las penas con pan son menos, aludiendo a cómo sobrellevan el dolor en la película «Amor» de Haneke. A mí me recordó una sesión de club Saudade entorno al libro de Joan Didion, «El año del pensamiento mágico». Una de las lectoras dijo que «vaya duelo vivía esta señora sin parar de viajar y envuelta en dinero». Joan Didion, para mí, el lápiz de la pérdida por excelencia. ¿Qué importaba el dinero ante tanto desconsuelo? ¿lo mitigaba tal vez? Yo ni me percaté de ello. Quizá es que soy de un tipo de pobre que el pesar lo sepulta leyendo.
Me he dado cuenta de eso cuando, desde la muerte de mi padre hará esta semana nueve meses, he encadenado lecturas que me han llevado a la muerte sin quererlo, sin pretenderlo. He llegado a la conclusión de que el destino lector te va enlazando a las páginas que necesitas, las que te hablan de dónde estás. Tengas el pan que tengas. O eso me digo.
Así, poco a poco, voy creando una guía para el doliente, que va asentando mi duelo, o como mínimo poniéndole palabras a cada estado y a cada agujero. Y ya me perdonarán los que creen que citar a otros es no saber escribir una, pero hay lo que hay y aquí sí mando yo.
El duelo también es NOSTALGIA. Manuel Astur en «La aurora cuando surge», editado por Acantilado, recorre Italia un año después de la muerte de su padre. Qué viaje. Nos describe los paisajes italianos a la par que rememora instantes con su padre. Relata esa herencia repleta de momentos que forman parte de la despedida. «No resulta difícil llegar a la conclusión de que si recuerdo tanto mi infancia, si en cualquier momento el sabor de un helado de fresa, o la luz amarilla del ocaso metiendo sus dedos ancianos entre la hierba seca, o el olor de los eucaliptos después de una llovizna imprevista me transporta a mi niñez, es debido a que aquel niño es huérfano y tiene miedo y quiere regresar a casa».
El duelo también es MEMORIA. Miguel Ángel Hernández en «Anoxia», editado por Anagrama, toma como excusa la fotografía post mortem para contarnos el renacer de Dolores, pero también la aceptación de la muerte y el peso de la culpa. Narra el regreso constante a esa memoria en forma de imagen donde encontramos siempre a los que ya no están. Dice Clemente: «Pero imagine usted poder tener para siempre en una misma imagen condensada la vida y la muerte. Un relicario de los últimos restos de una existencia. No entiendo mejor memoria que esa. ¿No le gustaría a usted morir en una foto?».
El duelo también es TRISTEZA y ALEGRÍA. Eva Piquer en «Aterratge», editado por Club Editor en catalán y por Tránsito en castellano, describe los dos polos del trance. Desde el punto de partida a la meta. Porque aterrizamos en una vida nueva y porque nosotras sí estamos vivas. Qué difícil congeniar esos dos estados y permitirnos el segundo con el respeto a los ausentes. «La tristesa seria un privilegi si no fos tan trista. Perquè t’ajuda a relativitzar, aparta d’una estrebada els entrebancs que abans t’atabalaven, et fa entendre amb una concreció pertorbadora el consell d’estimar el que tens. I això ho sé ara, quan també he aprés a conviure amb el dol, amb l’apatia, amb els ulls dels altres, amb una solitud pregona: al fons del fons de la tristesa, potser t’hi espera—serena, inevitable, fugissera—l’alegria».
El duelo también ES HACIA LOS VIVOS. Laura Ferrero ha escrito mi libro desgarro del 2023, «Los astronautas», editado por Alfaguara. Porque las ausencias de los vivos también nos determinan y nos forman y nos agreden y nos hacen ser quienes somos. En muchas ocasiones caminamos con paso firme, aun estando en la cuerda floja, y avanzamos según las verdades que nos han contado. Esos duelos que vamos surcando desde la infancia también nos enseñan a lidiar con el dolor de otra manera. Ferrero lo explica mejor que nadie, hacedme caso. «Había que aprender a vivir en la gravedad porque aquí, en la Tierra, las cosas pesaban más».
Sabemos que todos esos lastres acumulados a nuestras espaldas, esas mochilas de vivos y muertos que cargan con nuestros pesares, ni con todo el pan del mundo podríamos hacerlos más livianos. Tal vez sea por eso que, con o sin pan, algunas nos aferramos a la literatura y vamos poniendo tinta al agujero.