La saragata

12 MAR

ESCALERAS Y PELDAÑOS

Por Josep Salvia
ESCALERAS Y PELDAÑOS

Los peldaños que aparecen en la fotografía que acompaña a este texto forman la escalera interior de mi casa. Amplia. Luminosa. De colores blanquecinos y ocres, con un zócalo negro. Arranca de la entrada y llega a la parte habitada de la casa para desembocar en el largo pasillo que distribuye el espacio y las estancias. Y, sin embargo, ese no es su final y sigue más allá, hasta el desván, donde se acumulan los trastos viejos que ya no usamos porque somos acumuladores por naturaleza; algunos estropeados, otros obsoletos, muchos desfasados, todos antiguos. Pero, en el fondo, como nos da pena tirarlos, ahí siguen, condenados a una existencia inexplicable, a medio camino entre la nostalgia, el olvido y el polvo, que se amontona sobre las cosas en estratos finos, delicados, hablando de un pasado compartido. El polvo acumulado es una buena manera de contar el tiempo, como la arena de los relojes o el agua de las clepsidras. Vista desde una perspectiva alta, la escalera de mi casa dibuja un prisma cuadrado insertado en otro prisma rectangular. Geometría superpuesta. Geometría doméstica al servicio de la humanidad.

 

Es imposible contar las veces que he subido o bajado por ella en los cuarenta años que ya tengo, pero, ahora, desde hace unas semanas, subo y bajo por otra Escalera interior, el libro que ha publicado Tusquets Editores (con edición de Elisa Ferrer) recopilando los textos que Almudena Grandes publicó, durante años, en el suplemento dominical de El País. Cada quince días, en una sección llamada igual que este libro, ofrecía una historia propia, ajena o inventada, a veces un simple esbozo de una vivencia, como una novela microscópica de una sola página. Historias de personas tan normales y corrientes que podrían ser nuestras vecinas, nuestros familiares o nosotros mismos. Leer Escalera interior es como asomarse a una ventana y ver la vida pasar: gente que viene y va en el devenir de los días y de su cotidianidad; las pequeñas tragedias, las alegrías domésticas, los trabajos y los estudios, los triunfos y las zozobras, los nervios y las calmas. Y aquí hay juguetes que se recuperan, chaquetas que se heredan, viajes, mudanzas, casas habitadas, pisos de alquiler, mujeres que se revelan, hombres desencantados, amores nuevos y viejas pasiones. Todo con la mirada observadora y detallista de Almudena, esa manera de escribir tan característica, porque ni en las distancias más cortas perdía ella la esencia de su narrativa, de la frase ancha y del verbo carnoso.

Este libro ha sido una sorpresa. Después de su muerte en 2021 ya no contaba con leer nada nuevo de Almudena, por eso lo he recibido como un pequeño milagro y lo leo despacio para que no se acabe tan pronto, un intento desesperado de alagar el tiempo y que perdure este sentimiento que, sin embargo, es eterno. Y, aunque es cierto que no son textos inéditos y ya fueron publicados en su día, juntos sí que constituyen un nuevo libro que viene a completar el legado de una escritora colosal, comprometida, auténtica e imprescindible que a mí me enseñó a escribir. De nuevo, gracias, Almudena.

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