«Aunque las novelas no cambien el mundo, modifican en esencia la percepción que tenemos de él. La cuestionan, la afinan, interrogan sobre lo que el hombre sabe a propósito del hecho de vivir» - Leila Slimani
Diciembre calienta el cuerpo. Empieza con los ojos cerrados y sin darme cuenta. Siento que llevo meses vagando en la misma semana. No recuerdo verano alguno, ni pasar calor, no recuerdo el cambio de armario, las lavadoras ni las maletas llenas de ropa. El otro día me quité las gafas y vi que ya era noviembre. El otoño se termina, siempre tan corto que se escurre entre los dedos, como hielo al derretirse o las páginas al lado del fuego. Todo se consume y no me preocupa. Me doy cuenta cuando el té se termina, cuando las velas se extinguen y tengo que salir a por provisiones. No me gusta la bolsa de tela en invierno, las tiras me resbalan con la chaqueta plasticosa y es un incordio. El gorro me ensucia el pelo, pero me mantiene las orejas de un color establecido como normal. Si me lo quito enrojecen al instante llenas de vergüenza y de frío. Me he acostumbrado a llevar libros en los bolsillos. El tamaño perfecto, libro que encaje en el bolsillo trasero del vaquero. Estos días me han acompañado «El diablo está en los detalles» de Leila Slimani o «Cómo recordar la sed» de Nona Fernández. Libros de paseo que me acompañan en mis andares nocturnos. Normalmente no los leo por la calle, me los llevo pensando que me sentaré en un banco, que estaré tranquilo y podré leer. Evidentemente eso no pasa y terminan volviendo a casa pausados en el mismo punto en el que partieron. En mi piso me tumbo en la cama porque no tengo sofá, tampoco tengo tele así que miro el móvil hasta enloquecer. En las pausas visuales leo los libros que no entran en el pantalón, ahí he repasado «Vida real» de Brandon Taylor, maravilla pura. Escucho música pausada, que no me altere, cocino caliente y siempre llevo un polar. El frío me ralentiza como a una rana en hibernación, mi metabolismo disminuye, mi frecuencia cardíaca pierde fuerza y mi respiración se lentifica. Duermo de día y leo de noche, los trenes cada vez están más vacíos y eso me calma la ansiedad. Elijo estratégicamente los menos concurridos y me pongo los auriculares. Abro los ojos y vuelvo a casa, nevera vacía y armarios también. Cierro los ojos y vuelvo a estar de viaje.
*libros que aparecen en la imagen: «Los bloques naranjas» de Luis Díaz y «El estado de sitio» de Albert Camus