La saragata

09 OCT

ARMADILLIDIUM VULGARE

Por Mireia Otín Ros
ARMADILLIDIUM VULGARE

«[…] veo a mi padre de pie en lo alto de la escalera. En calzoncillos, moviéndose muy deprisa, gritando. En un instante me aturde. Ahora es de mi estatura o incluso unos centímetros más bajo (suele quedarse de pie delante de mí, de puntillas, mirándome a la frente como si ahí estuvieran mis ojos) pero se mueve tanto que parece enorme: un asterisco de brazos y piernas, algo que crece alimentado por la rabia, un mordisco grande y jugoso y chorreante».

 

Cada vez que aparece en escena el padre del protagonista de «Estatura», corres el peligro de que uno de los espumarajos que salen disparados de su boca acabe traspasando el papel para salpicarte. Se transforma en un huracán que lo llena todo de aire y de palabras lo suficientemente violentas y cargadas de desprecio como para aplastar a cualquiera que se cruce en su camino.

 

Berni y su madre siempre terminan replegándose hacia dentro, apuntalando las ventanas, poniendo muebles en la puerta, los labios mudos, haciéndose pequeños, inexistentes, dejando que el cuerpo de forma física y aislada se encargue de encarar las consecuencias del temporal hasta que pase.

 

«Me daba cuenta de que no era posible deshacerse de un hijo —no era como cambiar en la tienda una camisa defectuosa o regalar un cachorro de gato— y esa circunstancia era el origen de un dolor persistente para él. Yo intentaba imaginarme cómo sería cargar por el resto de los días con una criatura indeseada».

 

La sensación de inferioridad anida por completo en Berni, ensuciando su mirada y la proyección de sí mismo en los demás. El vendaval de palabras que no paran de repetirse: inútil, mastuerzo, majadero, sujeto procariota, torpe, retrasado, subnormal, mongólico, alimenta de forma continua a ese pequeño gusano encogido en el que se ha convertido, «armadillidium vulgare», generando una especie de agujero negro que amenaza con devorarlo hasta que no quede nada de él.

 

Es esta percepción sobre su persona la que hace que se aísle, siendo incapaz de establecer una relación de amistad con ningún compañero durante el periodo escolar o de instituto. También es la causante de que todo el peso se incline hacia la necesidad de tener la primera relación sexual lo antes posible, como si fuera la última oportunidad de demostrar algún tipo de validez.

 

Cuando el entorno se vuelve hostil y no acompaña, el vacío tiene demasiada hambre y, para no sentir su mordisco, Berni recurre a los pocos pilares indestructibles que existen.

 

«Proust, Faulkner. Trenes rigurosamente vigilados, Yo que he servido al rey de Inglaterra. Truman Capote, Virginia Woolf, Flannery O’Connor. El astillero. Entrevistas breves con hombres repulsivos. Con los auriculares de mi walkman oía Transition y Crescent, The Black Saint and the Sinner Lady, Thelonious Monk, Miles Davis, The Blues and the Abstract Truth».

 

Daniel Díez Carpintero realiza en «Estatura» una radiografía social tan honesta como afilada, arranca de cuajo las máscaras para estrellarlas con fuerza contra el suelo hasta que se reducen a miles de esquirlas, revelando una realidad de lo más desagradable. Una realidad que físicamente golpea desde los sentidos con descripciones y entornos, que se detienen en la intemperie y sordidez de todo lo que queda fuera como desperdicio. Porque «Nunca se sacia el ojo de ver».

 

«Entonces la basura va surgiendo capa a capa en cantidades insólitas: la mierda aparece entre los resquicios de nieve y en medio del agua contaminada que resbala hasta los sumideros. Así está decorado el terraplén: inmundicia de colores vivos, húmeda y fresca por el derretimiento de la nieve, entre el barro jugoso y los pegotes grises de nieve que aún resisten. Y mi alma halla sosiego en ver escurrirse los deshechos por el terraplén».

 

Descripciones y diálogos que también se sirven de la ironía y el humor y que saben a lo mejor del realismo sucio. Los referentes hablan por sí mismos. Hay en esta novela un dominio del pulso narrativo y el lenguaje, que va mutando y transformándose, le salen aristas siempre que interviene el padre, la tensión deja paso a la fluidez, a la búsqueda de una suavidad que es la propia búsqueda del personaje principal, una suavidad que no acaba llenando, que nunca resulta suficiente.

 

Si no habéis leído todavía a Daniel no sé a qué estáis esperando.

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