La saragata

20 SEP

Un verdor terrible

Per Mireia Otín Ros
Un verdor terrible

Cuántos descubrimientos científicos de gran relevancia fueron en realidad el resultado fallido de otro procedimiento o búsqueda. Diesbach y su ayudante Dippel utilizaron potasio sobre una destilación de restos animales esperando obtener el color rubí característico del carmín. En su lugar apareció un azul tan brillante que recibió el nombre de Azul de Prusia, así fue como surgió el primer pigmento sintético que después aparecería en las obras de Van Gogh o Hokusai.

 

«Carl Wilhelm Scheele revolvió un pote de azul de Prusia con una cuchara que contenía restos de ácido sulfúrico y creó el veneno más importante de la edad moderna».

 

El cianuro no sólo estuvo presente en las cápsulas suicidas a las que acabarían recurriendo los altos mandos nazis (incluido el Tercer Reich) cuando se vieron acorralados, sino que también formó parte de la composición de un pesticida llamado Zyklon que el químico judío-alemán Fritz Haber produjo junto a su equipo. El mismo que posteriormente los alemanes utilizarían en las cámaras de gas para aniquilar a su familia junto a millones de judíos en los campos de concentración. 

 

Mary Shelley, en contacto con Dippel y sus experimentos de índole monstruosa, ya nos trasladaba en Frankenstein la preocupación por la ética y los fines con que serían utilizados los nuevos avances científicos.

 

En «Un verdor terrible», Benjamín Labatut nos acerca a las figuras de diversos genios que revolucionaron con sus teorías y descubrimientos las estructuras mediante las cuáles la ciencia pretendía comprender el mundo en sus respectivos campos. Es sin duda la humanidad con la que Labatut ha dotado a personalidades como Schwarzschild, Grothendieck, Mochizuki, Bohr, Heisenberg o Schrödinger la culpable de que permanezcamos pegados a las páginas, bebiendo de ellas. La manera obsesiva en que sus mentes acaban empujándolos hacia el límite, lo mundano y grotesco de sus andanzas, hace que se establezca una cercanía entre los personajes y el lector, siendo partícipe en cierto modo tanto de sus preocupaciones como del éxtasis incontrolable cuando finalmente todo cobra sentido. Así que nos resulta fácil imaginar el gesto pueril, la rabia de un joven Heisenberg en erupción, mientras irrumpe en pleno discurso y se dispone a borrar las ecuaciones de la pizarra de Schrödinger.

 

Desde lo inabarcable de explicar, el comportamiento de los cuerpos celestes en el universo, hasta los movimientos de los electrones en las partículas subatómicas, la belleza poética no entra en conflicto en ningún momento con la rigurosidad que exige este tipo de texto, a medio camino entre el ensayo y un libro de relatos. Es brillante la forma en que el autor consigue encontrar un equilibrio, haciendo del todo accesible la parte más teórica sin que acabe resultando densa o pesada.

 

A lo largo de los diferentes capítulos hay una oscuridad inquietante que persigue a los protagonistas y que tiene que ver con la capacidad de destrucción asociada a las consecuencias de ir construyendo una visión cada vez más global y concreta de la realidad. 

 

«¿Qué nuevos horrores nacerían de una comprensión total como la que él buscaba? ¿Qué haría el hombre si fuera capaz de tocar el corazón del corazón?».

 

Labatut termina redondeando el libro en una reflexión sobre cómo las nuevas tecnologías nos están llevando a una transformación continua en nuestra actualidad. Cambios que se están produciendo a gran velocidad en esta carrera de fondo en la que parece que nunca va a faltarnos el oxígeno, cuando lo cierto es que el pulmón verde que nos sostiene es cada vez más pobre y reducido.

 

Me pregunto si, del mismo modo que ocurre con el limonero, nosotros también acabaremos llegando a un punto de no retorno.

 

«Al alcanzar el fin de su ciclo de vida, dan una última cosecha gigantesca de limones. En su primavera final, sus flores brotan y florecen en enormes racimos y llenan el aire con un dulzor tan fragante que te hace picar la garganta y las narices a dos cuadras de distancia; sus frutos maduran todos a la vez, ramas completas se quiebran bajo su peso, y luego de un par de semanas el suelo a su alrededor está cubierto de limones podridos. Es extraño, me dijo, ver tanta exuberancia antes de la muerte».

 

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