Los mostachos ficcionales determinan el carácter de quien lo lleva, aunque existe discrepancia entre las personalidades de sus portadores. Puteros universales a partir del retrato que hace Camila Sosa –«Baja el vidrio polarizado de la ventanilla del conductor y aparece una corona calva, luego unas cejas muy pobladas y negras, luego unos bigotes, y una voz que me dice: —¿Cómo está, preciosa?»–; médicos que atienden la clavícula de Marta Sanz –«El de hoy lleva bigote y parece un señor muy castizo. No tiene aspecto de cuidarse y eso me da confianza. Despierta mi simpatía»–; o boxeadores antifascistas de 1936 ilustrados por Sebas Martín –«¡Caramba, Basilio, qué elegante! ¡Si hasta has pasado por el barbero!»–.
El bigote, de Emmanuel Carrère, empieza con el afeitado de un mostacho y me recordó los aperos de soldados desaparecidos durante la primera guerra mundial en la ficción de Rosina Lippi: «Miró los objetos que él tenía encima de la mesa: brújula, compases y lápices, cabos de vela, cuchillo y piedra de afilar, brocha, jabón y navaja de afeitar». Rastreé en mi memoria la última vez que lucí mi surco nasolabial. Volví a olvidar «cuando empezaban a brotarnos los granos y la pelusa del bigote», como describe la adolescencia Juan Ramón Santos en La muerte del Pinflói, y sonreí al imaginar «el niño de los dinosaurios, con un bigote de cacao sobre el labio» de la novela toñaneja de Juan Gómez Bárcena.
«Un par de meses y te da para llevar uno modelo Guillermo II de Alemania», me dijo mi barbero.
CARRÈRE, Emmanuel (2014), El bigoti, Barcelona: LaBreu Edicions.
GÓMEZ BÁRCENA, Juan (2022), Lo demás es aire, Barcelona: Seix Barral.
LIPPI, Rosina (2003), Entre las montañas, Barcelona: Salamandra.
MARTÍN, Sebas (2023), Que el fin del mundo nos encuentre bailando, Barcelona: Ediciones La Cúpula
SANTOS, Juan Ramón (2023), La muerte del Pinflói, Teguise: Baile del Sol Ediciones.
SANZ, Marta (2017), Clavícula, Barcelona: Anagrama.
SOSA VILLADA, Camila (2020), Las malas, Barcelona: Tusquets.