«Celimena me engaña, y es tan sólo una infiel», dice Alcestes en «El Misántropo».
Al día siguiente de la vuelta de vacaciones, me desperté con malestar. Podía ser cansancio del viaje, quizá rescoldos de la última lumbalgia, o tal vez algo me sentó mal, como pensar en la vuelta al trabajo.
Como no sabía identificar qué me pasaba, fui al hospital. En la sala de espera, encontré una mesa para el intercambio de libros. Localicé una novela de Almudena Grandes, un manual de contabilidad y «El enfermo imaginario».
«En vuestro siglo reina demasiada malicia, / y quiero verme lejos del trato de los hombres», dice Alcestes. Algo parecido le dije a la médica mientras me tomaba la tensión.
«Pues yo, sobre ese punto, no me estoy con melindres, / y pienso que se debe ser muy sincero en esto», dice Elianta en la comedia. Algo parecido dijo también la médica, así que volví a casa decidido a localizar la obra de Molière.
Un clásico, acordamos en Urgencias, siempre ayuda.
En uno de los anaqueles, entre extravagancias y perendengues, encontré «El Misántropo», y recordé a Alcestes: «Si perdonar se puede que existan libros malos, / es por lo infelices que de la imprenta viven».
Agradecí el desorden de los estantes pues olvidé el cansancio, la lumbalgia y el desamor del verano.
«El galanteo tiene en verdad su momento, / como el suyo lo tiene también el ser beata», dice Celimena.
Saludé a la vorágine del noveno mes del año.