La saragata

04 SEP

LOS PARAÍSOS PERDIDOS

Per Josep Salvia Vidal
LOS PARAÍSOS PERDIDOS

Este artículo podría haberse titulado «Los paraísos desiertos» usando el nombre del tercer disco de Ismael Serrano, cantautor madrileño de voz grave, ligeramente rasgada y en ocasiones llena de aire que me gusta particularmente por su estilo y sus canciones de protesta y denuncia social —de hecho, lo escucho en el momento de escribir estas líneas—, pero no hablaré de música. Finalmente lo he llamado «Los paraísos perdidos» compartiendo título con una película del año 1985, dirigida por Basilio Martín Patino y protagonizada por Charo López y Francisco Rabal entre otros. Cuenta la historia de la hija de un intelectual republicano que regresa del exilio para recuperar el legado de su padre y hacer una fundación en su memoria, con todas las dificultades que encuentra en esta labor en una España que ya no es la misma. Y, sin embargo, tampoco hablaré de cine.

 

Hablaré de literatura porque en los libros pueden hallarse paraísos maravillosos. El primero que descubrí fue Macondo y nada más llegar conocí el hielo junto al coronel Aureliano Buendía. El último ha sido Jándula, el pueblo jienense —en realidad se llama Quesada— en el que transcurre «La península de las casas vacías» de David Uclés. Se puede establecer un paralelismo evidente entre los dos lugares donde lo épico, lo costumbrista y lo mágico se mezclan para tejer potentes relatos, tapices poéticos que recorren geografías a medio camino entre lo real y lo irreal, pueblos verídicos que transmutan en otros, crisálidas que estallan y aparecen las mariposas. Los Ardolento emparentados con los Buendía y los Iguarán. Cuando sobre la guerra civil ya parecía todo dicho, David Uclés ha llegado como un vendaval asombroso, cuerdo y delirante al mismo tiempo.

 

Y en medio de los dos se alza Mágina, la patria de Antonio Muñoz Molina, trasunto de su Úbeda natal, ejerciendo de puente entre Macondo y Jándula. Bajo la luz de Mágina caben muchas historias, desde la del adolescente que en julio de 1969 contempla en la televisión la llegada del hombre a la luna, a la torrencial y prodigiosa novela que es «El jinete polaco», donde un traductor simultaneo que viaja de ciudad en ciudad le cuenta a su amor, Nadia, la historia de su pueblo natal evocando, a su vez, las voces de sus habitantes. En los tres casos, Macondo, Mágina y Jándula nos encontramos ante un impresionante mosaico de vidas que sirven de perfectos vehículos para contar historias cautivadoras.

 

Seguramente hay más paraísos escondidos por el mundo, por los rincones de la literatura. Estos son los míos y es probable que usted tenga otros. Le pido que me los muestre, que los comparta conmigo. Y ahora que lo pienso, cuando este texto ya alcanza sus postrimerías, quizá estos paraísos no sean tan desiertos ni estén tan perdidos, con lo cual el título de este artículo estará mal puesto. Tal vez se pueda volver a ellos con la facilidad de abrir sus páginas y sumergirse en sus aguas escritas. Como dice Ismael en una canción que comparte con la gran Mercedes Sosa: «tú ya sabes que las aves migratorias siempre encuentran el camino de regreso».

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