El otoño se demora más cada año, termina llegando cuando las gotas de lluvia repiquetean en el pladur que cubre mis nubes. Las hojas aún no caen, se mantienen pegadas a las ramas, tienen miedo de no volver a crecer, de no mejorar, miedo del futuro que les espera en el suelo. No saben qué pasará después del frío. Poco a poco se llena todo de telarañas, azúcar y sangre. En mi casa se amasa como siempre, creo que los piñones están más baratos.
Leo sentado en mi cama, no tengo silla que no sea robada ni sofá alguno que me envuelva como un aguacero. Ahora tengo mesilla y una luz de lectura, en ella se amontonan los libros que voy sacando de la maleta; dentro de poco se van a mojar con las nubes. El Nobel no fue para Carson, pero la leo más que nunca. Siguiendo con las cartas me empiezo las de Van Gogh y veo que ambos comparten muchos puntos, los dos me envuelven en un espiral de artistas, me llenan de pinturas que me devoran poco a poco. En Zaragoza oigo hablar de ellos, me persiguen por las calles Rembrandt, Ruysdael y Bosboom. Será que me vuelvo loco o que simplemente me come el esplín.
Hace apenas una semana decoré mi habitación, la llené con algún poster y algún recuerdo, pegué diecinueve pegatinas de diferentes insectos para sentirme como en casa. No sé si lo sabíais, pero Van Gogh tenía toda su habitación llena de posters, era un adolescente dosmilero antes incluso de su llegada. Creo recordar haber contado 24 obras que narra de carrerilla en las cartas a su hermano explicándole cómo tenía su cuarto. Yo he hecho lo mismo -no por escrito ni a un consanguíneo- simplemente subiendo un tweet. Para mí tiene el mismo impacto, la modernización del carteo, del contacto y de la estima.
Fábula aparte miro el móvil y, según me confirman los datos encontrados en la red, un autobús estándar ofrece entre cincuenta y sesenta plazas. De todas estas, únicamente dos están ocupadas, el asiento número tres y el número uno. Ahí estoy yo y a mi lado Carson. A modo de guía me prepara un viaje por todos los hombres de la historia, un trayecto en el que con un micrófono de mano me señala y comenta cada uno de los artistas universales. Llego a mi destino y ella también baja, me acompaña hasta casa y, discreta como es, se sienta en la mesilla, me da un beso en la frente y me manda dormir.
Sigo estando solo en esta ciudad inhóspita, pero al menos ellos me hacen compañía. Os dejo a vosotros, para que podáis dormir, uno de los poemas de Carson en «Hombres en sus horas libres»:
FREUD (Primer borrador)
FREUD pasó el verano de 1876 en Trieste
estudiando el hermafroditismo en las anguilas.
En el laboratorio del zoólogo Karl Klaus
diseccionó
más de mil para averiguar si tenían testículos.
«Todas las anguilas que he analizado son sexo débil»,
informó después de abrir las primeras cuatrocientas.
Entretanto
las «jóvenes diosas» de Trieste se mostraban
inaccesibles.
«Dado que
no se me permite
diseccionar seres humanos
no tengo de hecho ningún trato con ellos», confesó en una carta.