«¿Acaso nosotros vamos a meter las narices en sus ciudades? ¿Acaso entramos en sus casas? ¿Acaso fotografiamos su ropa tendida? ¿Acaso nos atreveríamos, por muy rústicos que seamos, a mostrarnos tan groseros? Y ustedes, disculpe que se lo diga tan a las claras, tampoco se han comportado mucho mejor. Han llegado aquí como el Séptimo de Caballería. [...] Y tanto merdé ¿para qué? ¿Con qué objetivo? ¿A quién beneficia?»
Una tortilla de patata y un café. Dos cosas muy simples que me llenan corazón y barriga. Así me gustaría empezar los días que me despierto con los ojos encarnados, el hombro compungido y las legañas pegadas. Sin uñas ni ojos y un hombro partido. Un pincho y unos granos tostados con leche semidesnatada lo son todo para mí. Semi por qué os preguntaréis. Ni muy así ni muy asá, quién sabe el motivo, quién sabe qué diferencia hay y qué importancia tendrá eso. Simple fastidio para tener una conversación más larga en la barra y después reflejarse en el poso.
Hay días en los que me siento como una ardilla en la ciudad, busco árboles, intento recolectar, pero poco me puedo llevar a casa. Supongo que criarse en un pueblo supone eso, perderse entre el gentío, buscar un silencio entre cafés con leches de nombres largos. En algún libro encuentro idealizaciones fantásticas de la naturaleza, gente que se larga de la ciudad al campo buscando una paz prometida. Textos que siempre muestran lo salvaje y la hojarasca como refugio. Normalmente escritos por alguien de ciudad, usualmente cercanos a la playa. Hablan de nuestros prados, de nuestros bosques, de nuestros campos. Ese escape a nuestras tierras como viaje de desconexión. Un viaje que dura meses o incluso años para que puedan descubrirse, entenderse, mejorarse.
Mis padres se van un fin de semana al año al mar. Un fin de semana. Al mar. A buscar esa gente que se escapa, a encontrar lo que algunos deben dejarse entre las olas.
Leo mientras desayuno, suelo hacerlo bastante cuando voy a un bar. No sé dónde mirar ni qué hacer, me pongo nervioso en situaciones sociales totalmente normalizadas. La lectura me permite esconderme y disimular el nerviosismo. Seguramente vaya a releer todo lo leído cuando llegue a casa. Entre mis manos: Como bestias de Violaine Bérot. Unos nuevos visitantes, una casa apartada de toda vida humana. Comprar en el mercado los sábados y curar animales que se encuentran en apuros. Bérot esconde muchas cosas: las hadas roban niños, los niños buscan hadas y los adultos temen ambos.
«En el valle vive un número importante de personas. Nosotros lo llamamos “valle”, pero en realidad son varios valles que empiezan en Saint-Marcel y acaban topando con la montaña. Pues bien, todos los que vivimos en el valle tenemos algún tipo de relación, nos ayudamos, nos conocemos todos, aunque haya bastante movimiento. [...] Aquí están todos mezclados. Puede llegar cualquiera. Con el historial que sea. Al final, en realidad, ya ni sabemos de dónde viene cada cual. Acabamos adoptando todos un look parecido. [...] Eso permite borrar huellas».
Esta historia cuenta lo que es vivir en un pueblo de la Iberia vaciada. Lo que realmente es. La amalgama, el dolor y el miedo. Pero también la libertad, el aire fresco, los lazos y las sombras. Un viaje que te sumerge en las grutas más profundas. Un escape al foco de la violencia en la que vivimos. La dualidad del bien y el mal. El recuperar lo desamparado y volver siempre a las afueras.
Libro: «Como bestias» - Violaine Bérot (Las afueras, 144 páginas).