La saragata

09 AGO

Elogio del silencio

Per Josep Salvia Vidal
Elogio del silencio

Desde hace un tiempo, una idea me viene rondando por la cabeza de forma continua: vivimos en un mundo con demasiado ruido. Y no me refiero al ruido de motores, máquinas o fábricas, porque este, al final, es efímero y, a veces, momentáneo. Hablo del ruido mediático que nos llega a través de los medios de comunicación o las redes sociales. Ruido de campañas electorales, de negociaciones para formar gobiernos que no son otra cosa que el reparto de cargos y sillas. Ruido de conversos que recién caídos de sus caballos intentan convencerte de que su transformación es la mejor, de tertulianos que opinan y saben de todo, pontificando y sentando cátedra porque son más papistas que el Papa. Ruido de patriotas que se envuelven en banderas, pero confunden la patria y la bandera con la sordidez de un discurso escorado a los extremos, creyendo que hablan para todos cuando solo lo hacen para unos cuantos. Ruido de radicalización que te engaña y te hace creer que las ideas que tú defiendes son las únicas que sirven, de polarización de la sociedad entre buenos y malos. Si no estás conmigo, estás contra mí. Ruido de negacionistas y terraplanistas que desde el pasado mes de mayo ocupan cargos negando la violencia de género o el cambio climático y aún tienen la desfachatez de censurar a Virginia Woolf o a Lope de Vega. Ruido de vendedores, como el Melquíades de «Cien años de soledad», que constantemente nos ofrecen la bicoca o la panacea. Y lo peor de todo es que nosotros, a veces, pardillos, las compramos y caemos en sus hábiles artificios.

 

Como individuos, formamos parte de una sociedad demasiado conectada, que vive de cara a internet y de espalda a la gente. Es más importante la última canción de Shakira que lo que le sucede a la persona que tenemos al lado. Hoy cuentan las pantallas. Somos adictos. La droga dura de los dispositivos móviles. Nos escondemos y nos deshumanizamos detrás de los perfiles de las redes sociales que actúan como máscaras. Estamos sobreinformados. Tanta sobreinformación satura, colapsa. Los medios de comunicación nos bombardean a noticias y esas noticias, que pueden ser tan falsas como los besos de Judas, nos llegan por cualquier cauce, a todas horas, todos los días, siempre, ya vivas en el pueblo más pequeño o en la urbe más poblada.

 

Tanto ruido ensordece. A veces me gustaría bajarme del mundo, apearme en un andén cerca de Macondo o de Mágina y cabalgar junto a «El jinete polaco» de Antonio Muñoz Molina. Me gustaría ser uno de los protagonistas de «El silencio y los crujidos» de Jon Bilbao, publicado por Impedimenta en 2018. El estilita que vive encima de una columna con absoluta soledad. O el biólogo que queda atrapado en la cima de un tepuy, en plena selva amazónica, con la única compañía de una anaconda. O el inventor que después de hacerse millonario gracias a una aplicación informática se encierra para siempre en una torre en el centro de la isla de Mallorca. Tres hombres aislados que gozan de una soledad querida, voluntaria y buscada, esa soledad sana que no se confunde con la misantropía ni con el odio, desde la cual poder abrazar el silencio, la calma y la paz como forma de vida.

 

Sé que pido imposibles, utopías. Por eso, con los años, he aprendido a buscar el ansiado refugio a tanto ruido en la quietud de las páginas escritas de los libros. Bendita lectura. Bienaventurados los que leen todos los días porque de ellos será el reino de la cultura y la tolerancia. Y lo más extraordinario es que este refugio no es siempre el mismo ni se encuentra en el mismo lugar. Soy nómada. Ahora, este refugio mío está en «Las tempestálidas» de Gueorgui Gospodínov, publicada por Fulgencio Pimentel en 2022 y reeditada este año. O, mejor dicho, esta novela es un «cronorrefugio» como se dice en ella, término designado para denominar ese lugar desde donde poder recuperar el tiempo, el pasado y la memoria. Un privilegio. Una maravilla. Bendito silencio.

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