La saragata

11 JUL

El rumor y los insectos

Per Mireia Otín Ros
El rumor y los insectos

«De eso quiero hablarles. Voy a demostrarles que en esas muertes está la esencia de lo humano…, la voluntad de morir, lo que algunos teóricos llamamos singularidad»

 

El principio de singularidad establece que una máquina sería incapaz de querer dos cosas contradictorias, en este caso vivir pero tener el deseo de suicidarse. Y si de algo estamos hechos los humanos es de contradicciones.

 

De este modo comienza «El rumor y los insectos», el protagonista de la novela imparte una ponencia en la que habla de un caso de suicidio ocurrido en Bahnstadt, un pueblo rural de la Alemania de los 80. Se basa en él para tratar de explicar y defender, como antropólogo, qué caracteriza la conducta y esencia humanas frente a una audiencia que piensa que el progreso tecnológico ya ha alcanzado el punto en que no resulta trivial discernir entre una máquina y una persona. Después de esta ponencia Wetopia, Inc —creo que todos estamos pensando a qué gran corporación podría equivaler en nuestra realidad— le ofrece participar en un experimento con androides durante una semana. La corporación ha realizado una reproducción del Bahnstadt de los 80 en el que ocurrieron los suicidios de las tres niñas, poblándolo de androides y también de humanos que participan de forma voluntaria. Su cometido consistirá, por tanto, en llegar a ser capaz de explicar por qué se ha producido el suicidio de las niñas, si en este caso no son humanas. Asegurar que no se ha cruzado la línea de la singularidad.

 

Ignacio Ferrando ha desplegado en esta novela toda una admirable arquitectura de capas, que van resignificándose en profundidad conforme avanzamos en la lectura. Una estructura que encaja a la perfección con la rapidez de los diálogos y la tensión característica de un thriller, todo ello enfocado a seguir la línea del argumento al mismo tiempo que se plantean cuestiones profundamente filosóficas que tienen que ver sin duda con la dificultad de acotar la esencia humana.

 

«Es como si se diera cuenta de que algo en su actitud no va bien pero no pudiera ceder a la pulsión que lo provoca, así que me da la espalda, alcanza a su compañero y camina con él hasta los percheros. Al llegar al fondo chocan de nuevo sin excesiva fuerza y dan media vuelta y así una y otra vez. [...] las llamamos mioclonías– [...]».

 

Se describe este tipo de acción compulsiva de los androides como un posible síntoma de su artificialidad, la manera en que cortocircuitan los delata pero… ¿cuántas veces hemos hecho surco del salón a la cocina, de la cocina al salón, mientras nuestra mente se encuentra en otra parte y nos resulta imposible recordar qué íbamos a buscar? O cuando repetimos lo mismo una y otra vez porque somos incapaces de asumir la realidad en determinadas situaciones que nos superan. Si alguien totalmente ajeno nos viera desde fuera en dichos momentos, ¿acaso no pensaría lo mismo que podemos llegar a pensar nosotros de estos dos hombres entrando en bucle? 

 

Hay muchas situaciones a lo largo del libro que no hacen sino plantar el germen de la duda, que va extendiéndose como una infección y que nos lleva incluso a cuestionar la propia naturaleza del protagonista. Un ruido que va creciendo en intensidad conforme se acerca el final, el modo en que la realidad comienza a desdibujarse.

 

«[...] nuestros corderos son desparasitados cada dos días, preservados de todo contacto con el exterior. Son puros, no están contaminados. Lo que yo veo, sin embargo, son docenas de jaulas apiladas en una cuadrícula inmensa de quince o veinte alturas, cubos perfectos de un metro de largo por un metro de alto por un metro de profundo, que, por efecto de perspectiva, parecen una de esas imágenes monocromas de píxeles degradados».

 

Una vez abierta la caja de Pandora de las preguntas, no se puede parar. ¿No es cierto que muchos de nuestros días parecen una reproducción del anterior o de una serie que se repite en el tiempo? Los mismos horarios, las caras conocidas que se cruzan y que acaban formando parte de nuestra rutina. La masa homogénea en que nos convertimos cuando nos desplazamos o seguimos las flechas en Ikea para llegar a elegir una serie de idénticos muebles funcionales. El modo en que nos distribuimos en habitáculos de más o menos metros cuadrados, en bloques de pisos, a su vez organizados en cuadrículas que tienden al infinito. ¿Qué podría diferenciarnos de la existencia alienada en la que viven estos corderos de Bahnstadt?

 

A parte de: ¿Quiénes somos? o ¿Qué decisiones, de las que tomamos, acaban configurándonos como individuos?, quizás la gran pregunta que plantea la novela sea: ¿Qué ocurriría si nos limitáramos a perpetuar una existencia sin tratar de entender, de ir más allá? Puede que la diferencia radique en la capacidad que tenemos los seres humanos de cuestionar continuamente la realidad que nos rodea.

 

No sé si coincidiréis conmigo, pero en cualquier caso la única manera de averiguarlo es leyendo el libro. Con este tema de rabiosa actualidad, la salida de Chat GPT y la evolución de las IAs, no se me ocurre mejor lectura para estos días de verano. ¡Estoy segura de que os va a costar despegaros del libro!

 

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