La saragata

18 OCT

El gran imaginador

Per Josep Salvia Vidal
El gran imaginador

Soy el gran imaginador. Hago volar pájaros de plumajes blancos allí donde antes solo había mármol y roca inerte, controlo el sentido del tiempo en el que avanzan las agujas dentro de las esferas de los relojes o incluso desde mucho antes, cuando no existían los relojes y el paso de las horas se contaba con el tañido de las campanas de las iglesias. Mezclo memorias, recuerdos y olvidos, todo a golpes igual que laten los corazones en el interior de los cuerpos de los hombres. Pasado y presente se entrelazan; el futuro, pocas veces. Salto por encima de la línea cruzando las puertas del tiempo. Creo vida en medio del desierto de las páginas en blanco, siempre sin máculas, doy voz a quien no la tenía o la había perdido. En ocasiones también las quito. Mi instrumento son las palabras. ¡Ay, las palabras! Normalmente las dejo fijadas en alguna hoja de papel y ellas, obedientes, enraízan en sus superficies blandas, crecen, viven. Y, sin embargo, algunas se rebelan y se escapan entre los dedos desde los arenales. Una noche, la palabra «cobarde» se me cayó de las manos y se escondió debajo de la cama.

 

A lo largo de los años he visitado lugares extraordinarios. He pernoctado en Macondo, Mágina o Liliput. He visto cosas maravillosas como el país de Alicia, el hielo que conocí con Aureliano Buendía, la descomunal belleza de Dulcinea o las oscuras golondrinas cuyos nidos cuelgan de tu balcón en cada primavera. He visto a Penélope tejer sin descanso mientras espera el regreso de Ulises a Ítaca. Todos tenemos una Ítaca a la que volver. He visto a la montaña bailar mientras alguien canta. He paseado por la Nueva York de principios de siglo, el París de entreguerras, la Sevilla musulmana, la Barcelona gótica, el Londres postbrexit, la Roma imperial, el Madrid del Siglo de Oro, la Habana colonial o Estambul cuando aún se llamaba Constantinopla. Me he enamorado de Emma Bovary, Sherezade o Melibea. He cenado con el Quijote, Dorian Grey o el Lazarillo de Tormes. Hadas, ninfas y valquirias. He bailado en fiestas. He escuchado a juglares y trovadores con sus laúdes antiguos y guitarras viejas. Me he divertido en burdeles. He navegado a mar abierto. He cruzado cielos azulísimos y nubes espumosas. He contemplado las estaciones y los calendarios, los días y las noches, las estrellas y los eclipses.

 

Y, sin embargo, también he visto cosas horribles, verdaderas atrocidades. He luchado en guerras y asaltado casas. He conquistado territorios al lado de acérrimos soldados a las órdenes de un rey. Hombres heridos, mutilados, sangre y gangrenas. El llanto de las viudas y el abandono de los huérfanos. He sufrido el exilio después de cruzar las delgadas líneas de las fronteras. Me han encerrado en campos de concentración. Ravensbrück, Auschwitz o Dachau. Monstruos y más monstruos. Han abusado de mí. He soportado el hambre, el frío, la miseria y las cartillas de racionamiento en la dura posguerra. He escapado de bestias salvajes que me perseguían. He dormido en cárceles oscuras y mazmorras lúgubres de donde he escapado para convertirme en un proscrito, un apátrida, un fugitivo buscado por la justicia de todos los países. Me he escondido en los rincones más inhóspitos de las páginas escritas y me he quedo allí, agazapado, hasta que han amainado las tormentas. He matado a personas y me han matado a mí mismo varias veces. Después, he resucitado al tercer día —porque el número tres siempre tiene algo de resurrección— y he vencido el lado oscuro de las historias.

 

Soy el gran imaginador. Seguiré imaginando, creando imágenes y efectos y aquí sí que conjugo el verbo en futuro. El final de este texto híbrido no es otra cosa que un nuevo principio.

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