«No creo en el bautismo o las aguas del Jordán o nada por el estilo, pero supongo que para mí un baño caliente es como el agua bendita para los creyentes». (Sylvia Plath)
¿Creéis que se puede eludir la llamada del agua? Como peregrinos, vamos contando los días que quedan para que en el horizonte aparezca de nuevo el azul brillante que promete una nueva piel.
Así le decían a Lina en «Quebrada»: «No se olvide de eso doña. Siempre mire afuera, todo lo lejos que pueda, y recuerde que usted busca el mar».
El rumor de las olas entra en sintonía con el ruido interior, y el baño de algún modo es un rito en el que el cuerpo se abre dejando paso al agua, que recorre las grietas llevándose por delante los restos del derrumbe.
Detenerse en la orilla, recibir el movimiento de una boca enorme que quiere succionarnos y a la vez nos libera.
Pasear, hundir los pies.
«Digo pasear, pero en realidade movémonos cara ao centro.
Só pasea quen enfronta a vida». (Ismael Ramos)
Esta forma de limpieza altera la composición, se necesita el movimiento para volver a equilibrar y revisar de qué tipo de relleno están hechos nuestros vínculos, si siguen resonando del mismo modo en que lo hacían antes, o si es que en realidad los hemos ido perdiendo de camino a nuestra visión del horizonte.
Es posible que ahora solo quede una cáscara de lo que eran, una imagen a la que nos aferramos y que tanto nos cuesta soltar. El comienzo de un fraude.
«Otras veces, en cambio, creo que el amor sigue allí, viajando hacia atrás en el tiempo hasta esta foto, que es como un pozo de los deseos: nadie sabe en qué momento empezó el fraude, pero seguimos tirando monedas». (Ismael Ramos)
Volvemos a recalibrar, a reconducir, y nos bañamos en la luz de los días que, según dice la protagonista de «Big beach peach», suben y bajan como melocotones gigantes. Seguimos girando la rueda en busca del rayo verde para regresar a estas u otras orillas transformados en una versión desconocida de nosotros mismos.
«Un bautismo de lume é o que precisas». (María do Cebreiro)